No quería terminar la Semana Mundial de la Lactancia Materna sin hablar con una mamá para que nos explicara su lactancia, cómo fue.
Hoy contamos con una de esas #historiasreales de una mamá que ha luchado por su lactancia, que lo probó todo y, después de no quedarle más opciones, tuvo que abandonar su lactancia. Ella es Carmen, mamá de Saúl.
Bienvenida Carmen, gracias por querer contar y compartir tu historia con todas las personas a las que le llega este post.
Gracias a ti por darme la oportunidad de contar nuestra experiencia. Espero que podamos aportar algo de luz a otras mamás que estén pasando por situaciones similares, y al mismo tiempo, contarlo me ayuda a sanar la heridita que aún queda.
Cuando te imaginabas estar embarazada, ¿qué era lo que veías?
Me imaginaba un embarazo totalmente de película, con una barriga enorme y un parto precioso.
¿Cómo fue tu embarazo?
Fue un embarazo bastante bueno, no tuve apenas náuseas, todo iba muy bien, hasta que en la semana 28 tuve un cólico nefrítico, me costó algunas semanas recuperarme. Parece ser que es algo común en mujeres embarazadas, ya que no es necesario llegar a tener una piedra formada, simplemente, con la posición que adopte el bebé, puede pinzar el conducto de la uretra y si hay algo de arenilla, son suficientes ingredientes para que se produzca.
Sé que tu parto fue muy traumático para ti, ¿quieres contarlo?
Sí, poco a poco voy sanando, pero he necesitado ayuda para poder hacerlo.
Rompí aguas de madrugada. Llegamos al hospital sobre las 8 de la mañana, aún no había empezado a dilatar, así que primero nos pasaron a la zona de preparto.
Mi intención era estar de pie el máximo tiempo posible para ayudar a Saúl a colocarse y que la gravedad nos echase una manita, pero en cuanto entraron me dijeron que para poner monitores era obligatorio estar tumbada, desde ese momento las contracciones empezaron a ser muy intensas y seguidas, no conseguía recuperarme de una cuando empezaba la otra.
Tras hora y algo vieron que ya estaba empezando a dilatar y nos subieron a paritorio, a pesar de que me hubiese gustado ser capaz de dar a luz sin analgesia, estando de 5cm pedí la epidural.
La matrona me preguntó si quería oxitocina, le pedí que esperásemos un poco a ver cómo iba evolucionando, pero claro, como pasa siempre, con la epidural el proceso se ralentizó mucho.
Estar tumbada no ayudaba para nada, me sentaron durante varias horas, pero yo sentía a Saúl encajado en mis costillas, no se colocaba. Pasaron algunas horas más, probamos a hacer pujos en varias ocasiones, pero no parecía servir de mucho, en todo momento me sentí respetada por la matrona, pero apareció el ginecólogo y todo empezó a torcerse.
Cada vez había más gente en el paritorio y, mi pareja, más alejada de mí.
Me propusieron una “ayudita”, que resultó ser unas maniobras de Kristeller de campeonato. Sabía perfectamente lo que me estaban haciendo, sabía que no quería eso, pero era un momento tan raro… Te sientes tan entregada a la voluntad de los profesionales que al final empecé a pensar que realmente no podía, y ellos sabían mejor que yo lo que estaban haciendo.
Después de una hora de pujos me dijeron que nos bajábamos a quirófano a seguir haciendo lo mismo, pero por si necesitaba alguna ayuda más, no había urgencia, pero como ya habían pasado muchas horas desde la rotura de bolsa, era lo mejor.
En teoría, mi pareja podía acompañarnos, ya que no había urgencia, pero la realidad es que le dieron con la puerta de quirófano en las narices.
Entré en un lugar lleno de gente que hablaba muy alto y reía a carcajadas, estaba aterrada y lloraba con el corazón encogido, me pidieron pujar dos veces más y, a la tercera, asomó la cabeza. El ginecólogo me dijo que me iban a ayudar un poco más, nada de qué me iban a hacer, ni cómo… nada.
Al cabo de unos minutos me dieron a mi hijo, pero en seguida se lo llevaron, creo que jamás he pasado tanto miedo, nadie me decía nada. No oía a mi niño llorar y no sabía que estaba pasando, poco después, aunque para mí fue eterno, me lo trajeron envuelto y lavado, no me dejaron hacer piel con piel y la persona que lo sostenía iba danzando por el quirófano muy pizpireta, mientras yo, me moría de la pena.
Al final, la anestesista se me acercó y me preguntó si me podía ayudar. Le pedí que, por favor, llevasen a mi hijo con su padre para que pudiera hacer piel con piel con él. Esa chica fue un ángel caído del cielo. Al poco tiempo se lo llevaron y, a mí, me dejaron “echándome 10 puntitos de nada”. Saúl nació con fórceps. Todos me decían que cómo podía llorar así si había salido “muy bien”, pero la verdad es que yo me sentía totalmente rota.
¿Cuándo comienzas a notar que, en lo relacionado con la lactancia, algo no va bien?
A los cinco días de estar en casa, fuimos a la primera revisión con la pediatra, o había hecho caca desde el hospital que expulsó un poco de meconio. La pediatra le estimuló y echó otro tanto de meconio, tampoco estaba poniendo peso y me dio unos días más de margen, pero enseguida me propuso empezar a suplementar porque Saúl seguía sin poner peso ni hacer cacas.
A las tres semanas, noté que Saúl tenía una parte del cuello más hinchada que la otra, volvimos a la pediatra, y, según ella, era una contractura que no tenía mayor importancia, ¡pero si la estaba teniendo!
¿Pides ayuda a algún profesional de la salud?
Al principio busqué una asociación de apoyo a la lactancia. Vino una asesora voluntaria a vernos, me estuvo dando consejos de posturas y agarre.
También estuvimos en una fisio especializada en bebés y ella nos confirmó que a mi bebé le habían generado una contractura al usar los fórceps. La contractura “sin importancia” hacía que mi niño no tuviera fuerza en la mandíbula para mamar correctamente. Fuimos a un par de sesiones, pero poco después comenzó el confinamiento y todo se paró.
Utilizaste ayuda de un relactador, ¿cómo fue la experiencia?
Complicada, tenía grandes esperanzas pero nada más lejos de la realidad. Los bebés se mueven, y en nuestro caso al usar pezoneras, se movía la pezonera, se despegaba el conducto, caía la leche, el bebé se ponía nervioso, la mamá también…
Nos resultaba mucho más efectivo usar la técnica dedo jeringa, sobre todo porque Saúl se saciaba más rápido y todo fluía con más calma.
Me gustaría que contaras cómo fue tu lactancia, todo lo que implicó para ti a nivel emocional y cómo fue el momento de dejar la lactancia.
La lactancia ha sido muy dura, además, al nacer mi hijo han salido mis miedos e inseguridades a flote y me he sentido muy vulnerable, todo el tiempo me seguía el fantasma del “no puedo “.
La realidad es que fue un cúmulo de desdichas: la experiencia de parto, la contractura del cuello, el confinamiento y frenazo en absolutamente todo durante casi dos meses, después de tres meses de intentarlo con el relactador, haciendo extracciones poderosas para tener más producción, mastitis y dolores de pechos… He llegado a pensar que, tal vez, tenía mamas tuberosas y no era capaz de generar la leche necesaria.
Me costó muchísimo decidir parar. Fue un proceso de duelo con todas sus fases: primero me negaba a aceptarlo, a los días me resignaba y lloraba a cada momento, pero me despedí durante varios días en cada toma. Le pedí perdón a mi hijo por no ser capaz de ofrecerle lo mejor, pero mi salud mental necesitaba descargar esa responsabilidad, necesitaba ver cómo mi niño iba ganando peso y dejar de sentir que era yo quien se lo impedía.
Si te gustaría decirle algo a alguna mamá, lo que no te dijeron a ti, lo que te gustaría haber escuchado, este es tu espacio.
Mi primera recomendación es que observen a su bebé, y, que si pueden busquen un fisio especializado en bebés para que lo valore. Muchas veces no es necesario tener un parto instrumentalizado, la postura que tienen durante las últimas semanas de embarazo pueden ocasionar contracturas y puede que, ni siquiera nos demos cuenta. La segunda recomendación es que siga su instinto, y si piensa que algo no va bien que vaya en busca de respuesta y haga hincapié si el profesional de la salud no le da la importancia que ella crea que tiene.
Muchísimas gracias Carmen por querer visibilizar una realidad que se desconoce, el momento de la toma de decisión de dejar la lactancia. Por hablar y ser una mujer valiente y luchadora pero, sobre todo, por ser la mejor mamá para Saúl. No te olvides, ¡NUNCA!, que lo estás haciendo bien.
Si necesitas un espacio para desahogarte, si te gustaría trabajar una lactancia frustrada, no dudes en ponerte en contacto conmigo a través de este enlace
Deja una respuesta